Queridos lectores y lectoras,
como he recibido muchas preguntas – y muchos elogios – sobre las traducciones de mis novelas, pensé en tener una charla con Xavier González Rovira, quien tradujo mis libros al español, y traer aquí algunos extractos de nuestra conversación.
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Cuéntanos algo sobre ti, sobre por qué decidiste convertirte en traductor y por qué elegiste la literatura italiana
Bueno, es una historia un poco larga, pero intentaré abreviar. A finales de los ochenta, me surgió la posibilidad de trabajar como lector de español en la Facultad de lenguas y literaturas extranjeras de la Universidad de Pisa. Yo, tras acabar la carrera de filología hispánica, y de hacer el servicio militar (en aquella época, una pesadilla obligatoria), me encontré en Italia (desde entonces, mi segundo hogar), con un trabajo apasionante y tiempo y medios para viajar y preparar mis oposiciones para ser profesor de instituto. Trabajaba allí con otro lector, Carlos Gumpert, y cierto día la profesora de portugués, Maria José de Lancastre, nos comentó que su marido era escritor, que lo estaban traduciendo al español y que le gustaría que nosotros echáramos un vistazo a esas traducciones. El escritor era Antonio Tabucchi. De manera que revisamos un par de libros suyos, empezamos a tratarnos con él y, al final, nos propuso que hiciéramos nosotros la siguiente traducción. Y así empezamos a trabajar para la editorial Anagrama, para la que hicimos, entre otras, Sostiene Pereira. A partir de un cierto momento, la editorial nos empezó a encargar también otros autores y, de nuevo, un día surgió la sorpresa: Seta, de Alessandro Baricco. En fin, resumiendo, Carlos y yo decidimos al cabo de unos años independizarnos el uno del otro (yo ya había regresado a España y era muy problemático trabajar a tanta distancia: ¡las redes sociales estaban en pañales!). Él siguió con Tabucchi y yo con Baricco. Para el resto, véase pregunta n.º 3.
El papel del traductor supone un trabajo de una gran responsabilidad y complejidad, de hecho, no puede limitarse a trasladar el significado de lo que haya escrito el autor, sino que también ha de saber reproducir el estilo y también el espíritu. ¿Cómo consigues entrar en sintonía con el autor?
En general, y lo explicaba hace poco en un encuentro virtual con Luca d’Andrea y sus lectores, creo que hay muchas clases de traductores, y que no siempre estamos a la altura de las obras traducidas. No es lo mismo traducir El pasticciaccio de Gadda (algo que ha hecho recientemente mi amigo Gumpert estupendamente) que requiere un trabajo titánico de léxico e inventiva, que una novela de intriga, como era el caso mencionado, o el de Dazieri y Lagioia, que exigen más un trabajo escrupuloso con los ritmos y la dureza de las escenas, intentando trasladar ese suspense de la novela negra o de la crónica de sucesos de una lengua a otra. Por otra parte, tampoco es lo mismo traducir una novela con un estilo coloquial, o con rasgos dialectales, que ensayos como los de Marco d’Eramo, L. L. Cavalli-Sforza o Silvia Ferrrara, que a menudo exigen un meticuloso trabajo bibliográfico (¡hay que buscar la traducción española de decenas de libros citados!) La sintonía, por último, es también algo que puede tener dos caminos: o lees la novela por completo, antes de traducir, buscando previamente y de forma abstracta ese espíritu de la obra; o bien (y es mi caso) te pones manos a la obra y te zambulles directamente en la labor, casi descubriendo paso a paso cómo son los personajes, lo que les pasa. Modestamente, lo mismo que hace el autor, pero unos pasos por detrás (y por delante del lector, claro). Pero me gusta no saber exactamente hacia dónde me lleva mi trabajo, por dónde van a salirme los personajes, cómo van a evolucionar… Eso requiere, claro está, una labor de corrección y de replanteamiento de soluciones quizá más intenso. Nunca son menos de tres las correcciones que hago de un texto.
¿Cuáles son los libros y los autores que has traducido que más huella te han dejado?
Esta es una pregunta complicada, diplomáticamente hablando. He traducido casi setenta libros de una treintena de escritores y escritoras. No creo que tengáis ganas de una lista pormenorizada. Pero, al margen de los ya mencionados (y más que mencionaré: será mi juego), no puedo dejar de citar aquí a Melania M. Mazzucco, no solo por el número de obras suyas que he traducido (desde Vita hasta La architettrice), sino por la simpatía personal que, a lo largo de los años, hemos ido cultivando mutuamente, en las ocasiones que ha venido a presentar sus libros y en nuestros encuentros virtuales. Y, entre los más jóvenes y recientes, Claudio Giunta y Fabiano Massimi, con quienes gracias a las redes sociales mantengo una estupenda relación.
¿Cuál es el aspecto de las novelas de Desy Icardi más complicado a la hora de traducir?
Las dos novelas que he traducido hasta ahora no han supuesto un gran problema salvo por cuestiones que tenían que ver con el contenido (siempre me gusta saber de lo que están hablando: si habla del manuscrito Voynich, por ejemplo, me busco el manuscrito y todo lo posible por internet y me familiarizo con el texto; si se trata de leyes fascistas, busco información sobre las mismas). En ese sentido, y no es el caso de Desy, que quede claro, a veces hago un trabajo de editor, señalando errores o problemas que a lo mejor han pasado desapercibidos en la edición italiana (aquí no puedo dar nombres: secreto profesional). Pero, como veremos en la siguiente pregunta, tal vez el aspecto más controvertido puede ser la cuestión (o perspectiva) de género.
¿Con qué aspectos de las novelas de Icardi te sientes más en sintonía?
Las historias que concibe Icardi son especialmente amenas. El hecho de unir historias de mujeres del pasado reciente, con la temática de las lecturas y de los libros físicos, y como tercer elemento, el protagonismo de uno de los sentidos corporales (el olfato, el tacto, el oído, ya publicados, la vista, en el que está escribiendo ahora y del que nos va ofreciendo fragmentos en internet) me parece muy original y tremendamente atractivo. Subrayo ahora el primer elemento, las protagonistas femeninas (salvo el abogado Ferro, un simpático continuum o contrapunto masculino a todas esas mujeres de edades tan distintas: ojalá se convierta en el protagonista de una quinta o, por qué no, una sexta novela de Desy). La verdad es que se trata de un universo femenino muy rico y que, a estas alturas de mi vida, y por culpa de Desy, ha hecho que me planteara una cuestión que nunca me había preocupado pero que cada vez resulta más problemática: la identidad, el género, el sexo.
Pongo un ejemplo. En la investidura de Joe Biden, la poetisa Amanda Gorman recitó un extenso poema, “The hill we climb”. En catalán (mi lengua materna), lo estaba acabando de traducir Víctor Obiols, poeta reconocido, también profesor de secundaria y traductor (como yo). Pero los agentes de la poetisa exigieron que la versión catalana debía tener una traductora (mujer), activista (?) y negra. Algo semejante ocurrió también en Holanda.
Es decir, se imponían tres condiciones previas que en modo alguno tenían que ver con la calidad profesional, sino con la visión del mundo que, entre otras cosas, generan esas condiciones (género, conciencia social, raza). Llegados a este extremo, yo no debería estar traduciendo a Desy Icardi. Lo cierto es que he traducido, también, aparte de las autoras ya mencionadas, a Elena Varvello, Ilaria Tuti, Ilaria Gaspari, Simona Vinci y Marta Barone. Con todas ellas tengo o he tenido (salvo Vinci, no existía internet, o casi) una relación muy cordial y, si no mienten, han quedado satisfechas con mi trabajo (y también las profesionales de las editoriales con las que he trabajado, mujeres en su mayoría). Por tanto, si acaso existe una “literatura femenina”, se me da bien asumir esa voz femenina. Aquí empezaríamos una discusión larga, extensa, interesante y agotadora sobre las etiquetas.
Muy resumidamente: existe, está claro, una sensibilidad femenina, pero ello no condena, ni mucho menos, de un lado a que las autoras deban asumir voces solo femeninas (y Ferro es un magnífico ejemplo) y, lo contrario, claro, que los autores no puedan hablar “femeninamente”; de otro, no determina que el traductor tenga que ser, necesariamente, del mismo género que el/la escritor/a. Con tiempo, sería también interesante plantearse “el caso Ferrante”. En España hemos tenido un caso distinto, pero que se puede vincular con el mismo: “el caso Mola” (una escritora fantasma que vende mucho y que, al cabo de unos años, y debido a la promoción del Planeta, el premio más importante – el mejor pagado, vamos- de nuestras letras se ha podido saber que ¡eran tres hombres!). Con tiempo, también podríamos hablar de la indudable masculinidad de Piccolo o Scurati (el de Il padre infidele); o de las diferencias entre la novela negra de Tuti y D’Andrea, por ejemplo, que se localizan, además en espacios geográficos muy semejantes; por no hablar, en fin, de novelas con una pareja mixta (Dante y Colomba, de Dazieri)… Es lo mismo que ocurre cuando se habla de “literatura infantil”, o “juvenil” (¡premio!: he traducido también obras de Eco, Camilleri, Benni, Ticli y Maraffino dedicadas a ese público): sé que existe, pero la etiqueta tal vez se queda corta de nuevo. En resumen, existe la literatura de calidad y la que o lo es, y no es que sea independiente del público al que va destinado, preferentemente, en este caso, sino que plantea una serie de cuestiones tal vez más específicas pensando precisamente en ese público potencial, al que no dejará de exigirle una lectura madura, exigente, si lo respeta como lector.
Pero estábamos hablando (o deberíamos estar hablando: esto ya parece un Caos calmo como el de Veronesi) de Desy Icardi, y para mí existe una indudable sensibilidad femenina en sus novelas, y que creo que, como traductor, pero sobre todo como ser humano, puedo captar, y transmitir. Sin ponernos excesivamente trascendentales, creo que se activa ese lado femenino que, por descontado, tenemos todos los hombres, del mismo modo que en ella, como escritora, se activará un lado masculino a la hora de recrear sus historias y personajes masculinos desde su propia sensibilidad. A mí me gusta definir esa sensibilidad que se condensa en toda obra literaria como “una música”, en su caso es una música delicada, amable, contrapuesta a la “música” bronca de algunos de los personajes masculinos de sus novelas. Es decir, de un lado existe una tonalidad y un ritmo elegantes, armónicos, sin excesivas disonancias; de otro, hay una melodía, que puede incluso avanzar con dos tempos – dos planos temporales, dos escenografías distintas – o dos temas (en sentido operístico) o motivos distintos que van alternándose en contrapunto, y que exigen también variaciones en el estilo de la traducción. En resumen, se trata de novelas que tienen una construcción, una estructura aparentemente sencilla, pero que en realidad está muy inteligentemente diseñada.
Ah, y sus novelas están ambientadas en Turín, ciudad que solo había visitado, como traductor, con el Pequeño infierno turinés de Ceronetti.
¿En qué estás trabajando actualmente?
Pues precisamente estoy empezando (he cambiado yo también de ritmo: tras un par de meses dedicados a la vida contemplativa – esa de la que, según todo el mundo, disfrutamos los jubilados, pero que para mí se ha traducido en un aumento de las actividades domésticas (casalinghe)-), la traducción de la tercera novela de Desy Icardi, La biblioteca de los susurros, dedicada al oído. Será todo un reto: como la tía abuela (prozia) de la protagonista, yo también soy algo duro de oído, por lo que sin duda alguna me costará oír esa música de la que hablaba en la pregunta de más arriba, aunque al mismo tiempo me sienta más identificado con este personaje femenino.
PS. Perdonadme todos y todas, quizá se me ha ido la mano con estas respuestas. Agradezco a Desy Icardi que me dé esta oportunidad tanto para expresarme como para reflexionar. Tanto si os han interesado mis respuestas como si pensáis que soy un pesado, no os preocupéis: como diría Sorrentino, Hanno (avete) tutti ragione.
PPS. Del gran periodista polaco R. Kapuscinsky se publicó en Italia un breve libro, basado en unas conversaciones con el autor, con el título Il cinico non è adatto a questo mestiere. También se tradujo al español. Solo me faltaba este. Y acabo. De verdad.